Primeros Capítulos...
INTRODUCCTIO
Apenas consigo ver mas que la tenue luz que me regala la vieja lámpara de aceite, mas me basta para escribir estas primeras líneas en el pergamino que me trajo ayer Baeticus. Es curioso como se puede querer tanto a un esclavo.
Esta sucia cloaca donde me han metido es un lugar pestilente donde esperan los desdichados, que como yo, y según las autoridades, hemos cometido alguna atrocidad. Menos mal que poseo la ciudadanía romana desde nacimiento, ya que de no ser así me hubieran tirado directamente al vertedero de la ciudad.
Después de todo, no estoy tan mal. Llevo aquí poco mas de mes y medio, tengo techo y pared, que aunque tiene manchas de humedad que hace que el respirar todo esto no sea la cosa mas saludable, lo cierto y verdad es que no me tratan mal. Tengo mi camastro, y ración diaria de rancho, comida que casi siempre doy a mis compañeras las ratas por su mal sabor.
Para hacer mis necesidades tengo un agujero excavado en el suelo enladrillado, del que emana un olor como a podrido que alimenta a las cucarachas y otros insectos que también conviven conmigo.
La humedad en toda esta sala es similar a cuanto estuve por Britannia. Mi ropaje, ya llenos de suciedad, están todo el día mojado por ello.
El muñón del brazo ya apenas me duele. Perder una mano es una desgracia, menos mal que fue la izquierda. Veo como cicatriza perfectamente día a día.
Lastima que creo no la veré sanada del todo.
Hasta la semana pasada compartía la habitación de esta “villa” otro ciudadano romano que, como yo, era considerado un criminal. Jamás me dijo nada sobre su condena. Al decir verdad no me dijo gran cosa salvo que era de Tarso y que su nombre era Paulos. Se pasaba las horas del día mirando el azul del cielo tras los barrotes. No comía, no hablaba. Tan solo se limitaba a beber pequeños sorbos de agua.
Recuerdo como le trajeron material de escritura y como se sentaba en el frio suelo a escribir algunas notas que luego se llevaba la persona que iba y venía a verlo.
Esa constancia al escribir fue la que me motivó, sin duda alguna, a empezar a escribir, pero no se aún si lograré acabarlo del todo.
Como iba diciendo, a este de Tarso, la otra mañana, que llovía a cántaro se lo llevaron afuera con la excusa de que le iban a dar de comer. El no opuso resistencia. Todavía tengo en mi memoria como sus expresivos ojos marrones se quedaron mirando a los míos tras desviar su mirada del cielo.
Tras ese portazo a modo de adiós sigo aquí solo.
Quiero pensar que igual lo han trasladado, debido a su estado de salud precaria. La delgadez que tenía era grande, por su túnica se podía contar las costillas. Sus muñecas eran mas finas que el mango de un pugio. Su poblada barba gris lucía desaliñada con manchas amarillas. Por debajo de esa pelambrera se le marcaban los pómulos. Por sus pies descalzos, y llenos de heridas, tenía dos pesadas esposas que lo tenían encadenado a la pared de roca. Quien fuera ese infeliz, debía de ser alguien muy peligroso para aquellos que lo habían metido aquí.
A quienes le lleguen este manuscrito, debo antes presentarme. Tantas vueltas por el mundo ha hecho que la educación, estricta de mi padre pero exquisita, se haya desvanecido casi por completo.
Me llamo Rufus Gallius y esta es mi historia...
El inicio
CAPITULO 0
EL RENACER
El grupo de sacerdotes avanzaban con paso firme entre una multitud congregada a la espera de la Cruz de guía. El cielo, aunque amenazaba desde hacía unas horas con descargar un aguacero, estaba dando una tregua.
La Plaza del Salvador estaba inundada de personas que habían aguardado horas para ver la entrada del señor Jesús de la Pasión. Las puertas de la anterior colegiata, y anterior mezquita de Ibn Adabbás, permanecían cerradas a cal y canto esperando la llegada que se supone será inminente.
La oscuridad de la noche hace que la plaza esté en penumbra. El alumbrado eléctrico de la plaza está apagado ante la llegada de la hermandad.
Los clérigos visten de túnica negra con alzacuellos, menos uno, el mas joven, de cabellos rubios y en apariencia fuerte, que lo hace con camisa con alzacuellos y pantalón negro.
El mayor de ellos, delgado y con la cara chupada, con sotana hasta los pies, con cinto rojo sobre la cintura y solideo del mismo color sobre su cabeza, similar el utilizado por el pueblo judío, parece llevar la voz cantante del grupo. Un chico de unos veinte años de edad lo acompaña vestido con camisa blanca, con todos los botones abrochados y pantalón, perfectamente planchado, beige.
No pasan desapercibidos por un grupo de chavales que aguardaban en la plaza, aun por la oscuridad reinante en todo el lugar. Uno de esos chicos se rio por lo estrafalario que le resultaba el gorro rojo. El sacerdote rubio se percata de la burla y aparta de un codazo al chico. Ya sea por respeto, o porque no quiere pelearse con un sacerdote hace como si nada hubiese pasado.
Ricardo Gómez espera sentado en una silla de madera la llegada del cristo de su hermandad. La obesidad que tiene le impide salir de nazareno sin asfixiarse. El hermano mayor le había aconsejado aguardar dentro la llegada, pero el, como buen hermano, optó por esperar afuera a verlo entrar por la puerta. A sus pies cientos de cáscaras de pipas reposan en el suelo.
Hace mas de dos años que ocupa el puesto de director general de una sucursal bancaria importantísima en la capital andaluza. A su lado su mujer e hijos sentados igualmente en sillas de madera. Completan el grupo unas veinte sillas mas, con diversos hermanos enfermos que no han podido hacer la estación de penitencia.
La pesada puerta del templo se abre dejando ver la penumbra de su interior. A los pocos minutos la cruz de guía acompañada de nazarenos de negro ruan entran en su interior a la espera de los demás hermanos y del cristo. Cientos de nazarenos pasan uno a uno y en fila de dos por la rampa de madera hasta el templo.
El grupo de sacerdotes se paran a escasos metros del banquero. Una saeta rompe el silencio en la lejanía. Las luces de los ciriales adelantan la cercana llegada de la hermandad. Al terminar el cante el sonido del llamador de plata ordena a la cuadrilla de costaleros que avancen. Con un duro esfuerzo levantan el paso neobarroco de cuatro faroles. El sonido de las zapatillas de los hombres rozando el suelo adoquinado que lo llevan es escuchado entre un silencio sepulcral.
El sacerdote del gorro rojo le dice algo al oído al rubio. Este asiente mientras el otro y su séquito abandonan la plaza en dirección a la calle Cuna. El clérigo rubio avanza unos metros mas entre la multitud hasta estar detrás del obeso hombre, sin ser visto por nadie, ya que todas las miradas estaban viendo el paso de la talla de Juan Martínez Montañés con la túnica de terciopelo morada que parece caminar entre los congregados con paso lento y pesaroso.
El imponente paso hace el recodo para enfilar la rampa de acceso al templo, parando antes de nuevo cinco minutos para ser contemplado en su esplendor.
Al cabo del tiempo reanuda su marcha pasando enfrente, y a pocos metros, de los agraciados que lo esperan sentados en las sillas. La multitud contempla como los costaleros se afanan por subir la cuesta de madera dejando que el señor sea admirado por todos con paso solemne.
Ricardo nota una mano sobre su hombro izquierdo, gira la cabeza lo justo para no perderse la entrada del cristo. La mano parece estar llamándole. Se gira mas para saber quién osa interrumpir ese momento por el que lleva esperando un año justo.
Un dolor punzante le atraviesa el cuello desde el otro lado. El rubio tapa con su mano la boca del banquero dejando ver en su interior tres puntos negros tatuados. Los ojos azules del verdugo se clavan en los de su víctima sin que nadie repare en su presencia. La majestuosa talla del cristo avanza con paso firme frente a ellos, tan solo alumbrado por los flashes de las cámaras de fotos. Todas las miradas, incluidas la de su esposa, están puestas en el cristo.
Con un giro de muñeca mueve la hoja incrustada en el cuello del banquero. Este nota como el dolor lo arrastra. No puede gritar debido a la hábil mano del rubio. Un líquido caliente le cae por dentro de la camisa empapándola. Nota como la respiración le cuesta mas de lo normal y como poco a poco le va entrando ganas de dormirse. La manos derecha intenta en vano escaparse o quitar la mano del rubio que le oprime en la boca. Sus pies poco a poco pierden fuerzas. No hay nada que hacer se teme.
Poco a poco va dejando este mundo sin importarle a nadie. En un brusco movimiento su alma abandona el obeso cuerpo. El rubio aparta la mano y se limpia en la chaqueta del banquero. El paso del cristo avanza por su camino. El asesino se mete la mano en el bolsillo del pantalón para sacar una bolsa roja. La abre y sin tocar el contenido lo tira a los pies del banquero. Cinco monedas de euro hacen compañía ahora a las cáscaras del fruto seco en el suelo impregnadas de sangre.
El rubio se da media vuelta y se pierde por las calles sevillanas abarrotadas de personas que esperan ver la madrugá.
El crimen no ha sido visto por nadie, salvo un enclenque carterista que ya se había hecho con alguna cartera que vio como el rubio se perdía por la oscuridad de las calles sevillanas. Incluso las cámaras de vigilancia no han podido encuadrarlo debido a la obstaculación del paso con la imagen grabada. Los policias nacionales que custodian la talla tampoco se han dado cuenta de nada. Todos estaban atentos a la entrada del paso.
____________________________________________
CAPITULO 1
EL SECRETO
Valladolid, 19 de Mayo 1506
La tarde de ese sábado se extinguía con la rapidez que se extingue los amores de primavera, el sol estaba buscando cobijo entre las numerosas nubes que había. La luz anaranjada del astro proyectaba sombras a través de la ventana de esa fría habitación. Allí estaba el, tumbado en un camastro empapado de su propio sudor, mientras otro, pluma en mano, escuchaba atento sus palabras sentado en una sucia silla de madera.
Como capricho del destino, empezó a llover con ímpetu tras haberse levantado un viento que hizo que la enorme ventana se abriera de par en par. Los papeles del hombre de la silla habían empezado a danzar al compás del viento que entraba ahora con fuerza desde fuera. Levantándose de la silla se dirigió a la ventana con el objetivo de cerrarla. Le fue difícil, la ventolera que se había desatado parecía la de un ciclón.
Las tormentas primaverales era algo que divertía al encamado que observaba alegre la escena. Alguna que otra tempestad tropical había vivido en sus años mozos.
En la estancia de al lado un joven sirviente de unos quince o dieciséis años, con cabello rubio y algo enclenque, se afanaba en prepararle una sopa a base de arroz y pollo, acompañado por un trozo verdoso de pan de centeno, tal y como había recomendado el doctor que vino a visitarle hace rato ya.
Los ojos del encamado, que no rondaba más de cincuenta años, pero que aparentaba tener quince mas estaban como ausentes, como navegando entre las olas de algún recuerdo intentando revivir tiempos pasados, tiempos en los que la fortuna le sonreía con ganas.
Por sus manos había pasado una gran cantidad de dinero antaño, aunque ahora le dolieran los oídos de escuchar constantemente el rumor que recibía una fuerte suma de la corona por los servicios prestados. Aunque andaba tirando lo justo para sobrevivir, lo cierto es que estaba endeudado hasta la médula, mas aún ahora, en lo que el desabastecimiento y la carencia de alimentos para la clase mas humilde hacia mella en las barrigas.
El sirviente entró en la habitación. Sobre sus frágiles manos sostenía un cuenco de barro con la sopa recién hecha.
El escribano le cogió el cuenco al chico, que no dejaba de mirar fijamente al encamado.
Encuentra la felicidad en el trabajo o no serás feliz – El enfermo se había incorporado con dificultad en el camastro –
El chico asintió con un leve movimiento de cabeza como dando a entender que recibía el consejo dado por el anciano.
Tómese la sopa almirante y luego podemos seguir con su testamento – dijo el escribano.
El hombre que se mantenía sentado a su lado había dejado la pluma e intentaba que el anciano se tomara el alimento con el esfuerzo que un padre toma con su hijo que no quiere una comida porque no es de su agrado.
"Almirante" , una melancólica sonrisa se dibujó en la cara del anciano al oír esa palabra que antaño era escuchada por sus oídos de forma asidua. Ahora ese título le sonaba lejano al no poseerlo ya, debido al encarcelamiento y posterior degradado de la reina católica. Le dio una extraña vitalidad ya que le recordaba tiempos mejores vividos.
¡Esto está ardiendo! . dijo el encamado al aproximar sus labios al cuenco.
Pedro de Enoxedo se afanaba para contentar al moribundo que esperaba su hora en esa fría cama. En calidad de escribano de cámara esperaba impaciente ratificar el testamento anteriormente redactado. Además, el enfermo había prometido contarle un secreto que según el moribundo había compartido antes con la Reina de España Isabel de Castilla, arias la Católica a raíz que el papa en el 1496 le concediera a ella y su esposo Fernando tal apelativo.
La artritis que padecía no le impidió levantarse lo justo para sentarse en la cama.
Le voy a contar algo que muchos andan detrás desde hace años pero que nadie conoce – lo dijo casi en forma de susurro.
Hizo una pausa pensándose si debía o no desvelar aquel secreto que tenía guardado desde hace años. Al fin de cuentas, ya no le quedaba mucho que vivir. Su vida había tenido todo el empujón como para no detenerse en ella ni un minuto. Ahora todo le daba igual.
Lo que le voy a contar debe mantenerlo en secreto, hasta el día señalado – los ojos del “almirante” estaban fijos en los del escribano.
¿Pero como iba a saber este el día señalado que se refería?. La cabeza del notario era un mar de dudas. No entendía el porqué lo había elegido a el. Además, tenia ganas de acabar cuanto antes con ese trabajo para irse a su casa antes de que el tiempo empeorara mas aún.
Almirante, yo sólo estoy aquí con la misión de redactar su voluntad..- el escribano se mostraba desconcertado ante tales palabras.
Calle y escuche, ya tendrá tiempo de poner mis voluntades... ¡Ni que me vaya a morir esta misma noche!.
"En septiembre de 1492 – empezó a contar la historia como quien narra un cuento a los niños - salimos de las Islas Canarias con el cambio de velas a la carabela llamada "La Niña" lo que la hacia mas rápida, aunque "La Pinta", que era otra embarcación seguía siendo la mas veloz de la flotilla, perdón, de la flota – el anciano siempre había mantenido su postura sobre ello -
El rostro del anciano se había empezado a iluminar. El esfuerzo por llegar a los recuerdos le producía una extraña felicidad, similar a la que tenía ese mismo día que salió desde el Puerto de Palos.
Aún hoy tenía grabados en la memoria las miradas y el desprecio que encontró en Portugal, mas concretamente en su rey, Juan II, y en sus consejeros. Pero en Castilla también se había encontrado infinidad de veces con las puertas cerradas hasta que la mano providencial de la “Madonna” se había apiadado de el.
Sin parar de hablar cogió el vaso de agua que descansaba en la mesa auxiliar y se la llevó a la boca con cierta dificultad. El escribano comprendió que esa noche iría a ser larga así que se acomodó en el respaldo de la silla con resignación.
El joven sirviente, ataviado con jubón rojo y un cinturón dorado prestaba atención a las palabras del viejo detrás del notario.
" Habían pasado ya algunos meses y mi tripulación estaba cansada, y algo molesta ante la utopía de mi gesta. Nunca antes habían hecho ese viaje, y desconocían si verían tierra.- empezó a contar un emocionado Cristóbal Colón. El escribano pudo notar un brillo en los ojos del marino.
"La Pinta" abría paso por aquel mar aquella noche de lluvia y frio, capitaneada por Martín Alonso Pinzón, quien aquella misma noche había tranquilizado a la tripulación, la mayoría delincuentes que estaban allí “pagando” parte de su condena. Lo cierto es que Martín evitó un motín del que igual no hubiera salido con vida.
- Demosle tres días de margen, y si no avistamos tierra nos largamos de toda esta mierda.
Aquellas palabras de Pinzón me molestaron, pero yo estaba seguro de mis cálculos, estaba seguro de que tarde o temprano divisaríamos tierra.
Aun me puedo imaginar a ese joven, de Triana creo recordar que le tocó subir a la cofa para avisar a la embarcación de posibles peligros.
Me lo puedo imaginar aun, como iba diciendo, muerto de frio, con la lluvia calándole hasta los huesos, sin esperanza de encontrar nada, salvo agua y mas agua, pero con una oportunidad de hacerse con los diez mil maraveries que los Reyes Católicos ofrecían al primero que divisara tierra.
Lástima para el pobre vigía que yo me hice con esa recompensa, al decir que dos horas antes divisé luces. Seguramente ese dinero le hubiera servido mas a el que a mi, pero la sola idea de riquezas me cegaban, y hoy me doy cuenta que por mas dinero que tengas la vida es la vida, y donde un día estas en lo mas alto, al otro estás en el rincón mas bajo y sucio del planeta, para acabar tus días postrado en una cama, como aquellos infelices del Hospital de San Lázaro con la piel echa jirones por la lepra que saben que lo mas importante es disfrutar el nuevo día que se te regala.
Hoy me arrepiento de lo que hice, pero en esa noche estaba bastante molesto con esos holgazanes que solo sabían pedir y pedir.
El escribano hace rato había soltado su pluma y escuchaba atento los recuerdos del anciano.
“Yo iba en la Nao "Santa María" con treinta y nueve hombres igualmente molestos, no tenia miedo, ya que estaba convencido de que veríamos tierra y les haría tragar a cada uno sus palabras, sobre todo a ese prepotente de Martín Alonso.
No se lo tomo en cuenta, jamas lo hice. Esos marinos llevaban toda la vida navegando en cabotaje, cerca de la costa y por lugares conocidos. Era la primera vez que se embarcaban mar adentro. Para ellos era toda una locura de un demente.
Deseché la idea de virar tal y como me aconsejaba Américo porque sabía que esas aves que salieron a nuestro encuentro el catorce de septiembre no vuelan lejos de tierra.
Serían las dos de la madrugada, quizás era mas tarde. Lo cierto es que me encontraba dormido cuando ya la lluvia había cesado. Se podía tirar jornadas enteras lloviendo con el insistente goteo impidiéndome conciliar el sueño. cuando escuché aquel grito que me llenaron los ojos de lágrimas, aquel grito que la tripulación de "La Pinta" estaban vociferando por doquier.
Entonces lo vi, vi luces quietas en la lejanía, sabia que allí estaba lo que ansiaba buscar, una ruta directa a las Indias, demostrar a todos y a mi mismo que la tierra no era plana sino redonda. Por fin podía callar todas esas voces que decían que estaba loco.
Me vestí con mis mejores galas y salí de mi camarote dando órdenes a mis hombres. La preciada tierra, preciada por todos cuantos nos encontrábamos sobre los barcos, estaba mas cerca que nunca. Miré al cielo, dando gracias a la “Madonna”. De haber tardado una jornada mas y yo hubiera sido el primero en reconocer mis errores. Hubiéramos regresado a puerto. Pero eso ya no importaba. Ahora solo tenía que esperar a pisar tierra y a buscar algo por lo que había sido contratado. Me tenía que reunir con el resto de la armada.
Aquel "Tierra a la vista" del trianero fue mi éxito en aquella gesta, pero mi perdición que me llevaría hasta aquí.